Dos meses antes de que concluyera el periodo de veda para la caza de ciervos, cierto individuo procedía a cargar en el remolque de su vehículo los cadáveres de los dos venados que acababa de abatir a tiros esa mañana. En esas estaba cuando fue sorprendido por un agente del Seprona que le espetó:
-¡Eh, oiga! ¿Adónde va con esos cuernos?
-Tche, tche, tche; cuidadito con lo que dice, agente, que lo de mi señora con el butanero es una amistad profunda.
-No, si lo digo por las cornamentas de esos animales que, si no me equivoco, ha pasaportado usted hace pocos minutos.
-No crea, ya hace más de una hora; es que me ha llevado lo suyo traerlos hasta aquí.
-Pues no vea la multa que le va a caer, caballero, porque no está bonito esto de cazar antes de que empiece la temporada de ciervos.
-¡Pare el carro, pimpollo, que se está usted columpiando! No hay multa que valga porque a estos ejemplares yo no los he cazado; los he precazado porque estamos en la pretemporada de ciervos.
-Ah, siendo así, le ruego me disculpe. Ya puede irse a donde quiera con sus cuernos.
-Y usted con los suyos, agente.
Viene a cuento esta fabulilla porque esta misma noche, según cuentan los medios de comunicación, arranca la campaña electoral en Andalucía y Asturias. Y claro, cuando uno escucha eso, inmediatamente se pregunta: si esta noche arranca la campaña, ¿qué es lo que los principales partidos llevan haciendo desde el día siguiente a las elecciones generales? Sí, porque desde ese mismo día se han sucedido los "actos políticos" de PP y PSOE jornada tras jornada, sin respetar siquiera las fiestas de guardar.
Según la Ley Electoral, sólo se puede hacer campaña en los quince días anteriores a la jornada de reflexión previa a la jornada de los comicios. Así que lo que llevan haciendo los partidos desde hace más de tres meses se salta a la torera la ley. Pero no pasa nada porque para eso tenemos las tres letras mágicas. Las ponemos delante y, ¡hale hop! ¡La precampaña!
La precampaña que se diferencia de la campaña, según sostienen los propios partidos, en que no se pide el voto. Ahora bien: cuando un aspirante a presidente proclama en un acto político lo que hará si llega a ser presidente, no hace otra cosa que pedir el voto, pues si no hay votos no hay presidencia. Y lo mismo vale para un presidente que aspira a reeditar mandato. Pero por lo visto, mientras nadie diga en voz alta 'votadme', 'pido el voto' o algo así, no se considera campaña. Puede que el prefijo pre en este caso quiera decir presunta y ya sabemos que esa palabra es el comodín que exime de cualquier responsabilidad: que queremos insultar a alguien, empezamos por pronunciar la palabra presunto y ya tenemos barra libre para ponerle a caer de un burro.
Todo esto puede parecer un asunto sin importancia. Ya estamos tan acostumbrados a la campaña perpetua que no merece la pena prestarle atención. Pero ocurre que en esos actos políticos que sortean con todo el descaro la ley electoral (lo que los convierte, si no en ilegales, cuando menos en alegales), a los líderes de los partidos se les llena la boca pidiendo a los ciudadanos que seamos austeros y hagamos sacrificios por el país, la comunidad autónoma, la provincia o el distrito electoral. Y lo hacen en actos que cuestan auténticos dinerales, porque ya llegan a ofrecer la transmisión vía satélite de todo el acontecimiento a los medios de comunicación que se muestren interesados. Y el alquiler de una vía de satélite cuesta aproximadamente un huevo por minuto.
Si ya una campaña electoral nos cuesta a todos una pasta gansa, es verdaderamente vergonzoso que los partidos se gasten el dinero a espuertas en actos que están fuera de la ley. Día sí, día también. Mantienen el país en un estado de campaña permanente. Nos hemos dotado de una clase política empeñada en hacer propaganda electoral sin descanso. Aunque visto cómo desempeñan sus funciones cuando acceden a cargos de poder, igual resulta que no sirven para otra cosa.