sábado, 12 de mayo de 2012

Más Albandoz y menos Prozac

Tanto se ha insistido en que la risa es beneficiosa para la salud (provoca que segreguemos endorfina, pone en marcha 400 músculos, eleva nuestro nivel de adrenalina, mejora nuestra oxigenación...)  que no es de extrañar que un médico se haya decidido a recetarla. El doctor Alfonso Niquete recomienda libros de humor a los pacientes con depresión que pasan por su consulta en el centro de salud  burgalés de Villagallarda.

"Todo empezó a mediados de enero -nos cuenta- con una paciente a la que trato desde hace unos años por episodios depresivos. Le pregunté con qué ánimos empezaba el año y me contestó que sólo tenía ganas de morirse. Para ver qué cara pone, le dije, y se me quedó mirando desconcertada. Le expliqué que "Tengo ganas de morirme para ver qué cara pongo" es el título de un libro divertidísimo, escrito por Miguel Albandoz, que yo acababa de leer. Me lo regaló mi esposa por Reyes y me lo leí de un tirón entre carcajadas. Entonces se me ocurrió que a ella le convendría leerlo y se lo recomendé. La medicación es importante pero, para luchar contra la depresión, es vital evitar que nuestro cerebro se abandone a los pensamientos negativos. Hay que buscar entretenimientos y cuanto más divertidos, mejor".

Desde ese día, el doctor Niquete acompaña cada receta de medicamentos antidepresivos con una lista de libros de humor para que sus pacientes se hagan con ellos. Autores como Eduardo Mendoza, Jardiel Poncela, P.G.Wodehouse, Evelyn Waugh, Tom Sharpe, David Lodge, Mark Twain, Fontanarrosa y Miguel Albandoz, entre otros, figuran en la lista.

"¿Que siente usted una opresión en el pecho que no sabe por qué se puede producir? Lea los "Relatos para ensanchar costillas" de Josep Capsir. Contra la dichosa crisis de los cuarenta, "Cuarentañeras" de Regina Román. Voy añadiendo todos los libros divertidos que se me ocurren, para que mis pacientes tengan dónde elegir. No soy ningún experto en literatura, pero leo muchísimo y me gustan especialmente las buenas novelas de humor".

Risa y literatura como principios activos de la medicina contra la depresión. O, con permiso de Lou Marinoff, más Albandoz y menos Prozac. A propósito; ¿qué ocurrió con la paciente a la que el doctor Niquete "recetó" la novela de Miguel Albandoz?

"La compró, la leyó y me dijo que ese libro le había hecho pasar los mejores ratos que recordaba en los últimos diez años. Después volvió otro día a mi consulta para una revisión de rutina. Le pregunté si todavía tenía ganas de morirse; sonrió y me respondió: sí, doctor, para ver qué cara pongo".

martes, 8 de mayo de 2012

Qué poca Grecia...

Cuando el excelso filósofo griego Osculospómulos cumplió 90 años, anunció que sentía llegado el momento de abandonar su puesto de Cuentacuentos oficial de la isla de Pasmos. Los pasmeños, pasmados, le rogaron que reconsiderase su decisión. Pero Osculospómulos, que había sido el Cuentacuentos de la isla durante las últimas siete décadas, hizo público un escrito en el que confesaba que apenas le quedaba un hilo de voz, lo que hacía imposible que siguiera ejerciendo su labor.

La cámara de representantes de la isla se puso manos a la obra para solucionar la papeleta, porque en aquella lejanísima época, el mejor entretenimiento para la ciudadanía pasmeña consistía en acudir cada primera noche de luna llena al ágora capitalina para escuchar las narraciones del Cuentacuentos.

Los representantes o prosopomarmos (de prosopon: 'cara' y mármaron: 'mármol'), recurrieron al Compendio de Leyes y allí encontraron la norma dispuesta por sus antecesores para designar al Cuentacuentos oficial. La ley estipulaba los requisitos que habrían de cumplir los candidatos al puesto y el procedimiento que debían seguir los representantes para la elección. A este respecto, la norma era muy clara: el Cuentacuentos tenía que ser escogido con los votos de al menos dos tercios de los prosopomarmos.

Durante cinco meses, los representantes propusieron candidatos, debatieron, deliberaron y votaron; pero no alcanzaron el consenso necesario. Durante cinco meses, los ciudadanos de Pasmos acudieron cada primera noche de luna llena al ágora de la capital de la isla con la ilusión de escuchar al nuevo Cuentacuentos. Y durante cinco meses, regresaron a sus hogares cariacontecidos y frustrados.

Osculospómulos, en vista de la situación, decidió tomar cartas en el asunto y envió un escrito a la cámara de representantes. En él urgía a los prosopomarmos a cumplir cuanto antes lo establecido por la ley.

El mismo día en que se cumplían seis meses desde la retirada de Osculospómulos, los prosopomarmos convocaron una asamblea pública en el ágora capitalina.  Ante un enorme gentío, anunciaron la solución que habían encontrado: dado que no habían logrado ponerse de acuerdo para escoger un Cuentacuentos tal y como mandaba la ley, habían decidido... cambiar la ley. A partir de ese momento, para elegir al Cuentacuentos sólo se precisaría la mayoría absoluta de la cámara.

Un creciente murmullo se extendió entre la multitud. Los oradores de turno alzaban la voz cuanto podían pero no lograban hacerse oír. El ágora parecía hervir de indignación.

Una endeble figura se abrió paso a duras penas entre el gentío. Cuando alcanzó el estrado y los ciudadanos presentes descubrieron que era el filósofo Osculospómulos, el silencio se apoderó del ágora. El débil anciano abrió los brazos, respiró con la poca fuerza que tenía y con un hálito de voz surgida de la profundidad de sus entrañas exclamó:
-¡Prosopomarmos! ¡La ley os obliga a poneros de acuerdo para elegir un Cuentacuentos pero vosotros no habéis sido capaces! ¡Lo que falla no es la ley, majaderos; falláis vosotros!

Majaderos, falláis vosotros. Las palabras de Oscolospómulos podrían resonar hoy en día en nuestro congreso de diputados. No fallaba la ley para elegir al presidente de la Corporación RTVE, majaderos...

Pero retornemos a Grecia, la cuna de la Democracia. Allí acaban de celebrarse elecciones. El pueblo ha vuelto a hablar. Como se empeñan en recordarnos nuestros modernos prosopomarmos, los ciudadanos tenemos nuestra forma de expresión cada cuatro años en las urnas. Es lo único que nos dejan.

Pero resulta que, horas después del escrutinio, ya se está hablando en Grecia de que habrá que repetir los comicios, porque con lo que ha elegido el pueblo griego, los partidos políticos no son capaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno. ¿Quién falla, el pueblo que ha elegido lo que ha querido o los representantes escogidos que se declaran incapaces de cumplir el mandato del pueblo?

Majaderos, falláis vosotros.

Si realmente se termina por repetir las elecciones, no debería poder presentarse ni uno solo de los candidatos que tan estrepitosamente han fracasado en la labor que les encomiendan los ciudadanos. Pero eso no sucederá; se presentarán los mismos porque, por lo visto, es el pueblo el que ha elegido mal.