Puede sonar a la típica excusa pero lo cierto es que me
enganché siendo un crío, cuando empecé a trabajar de camarero en un bar de
copas del Paseo Marítimo.
A esa edad, uno no ve, o no quiere ver, el riesgo de
lo que le resulta agradable. Y para mí, descubrir esa sensación hasta entonces
desconocida de libertad, de poder, de ser capaz de conseguir casi cualquier
cosa que me propusiera, resultó demasiado placentero como para pararme a pensar
si escondía un lado amargo. Me tomé a risa los comentarios de mis compañeros:
cuidado, Manolito, que a lo bueno enseguida se acostumbra uno.
Ni siquiera cuando, al terminarse mi contrato, ya convertido
en un parado más, experimenté los primeros síntomas de una misteriosa desazón,
me percaté de que comenzaba a ser víctima del mono. No quería creer que hubiese caído, prefería negármelo a mí
mismo.
Pero ahora comprendo que cuando me lancé a una búsqueda frenética de
cualquier tipo de trabajo, lo que motivaba aquel empeño no era la necesidad de
realizarme, sino el ansia que provocaba mi adicción. Y mi adicción fue la que
me empujó silenciosa a estudiar para auxiliar administrativo. Ella fue la que
me mantuvo despierto tantas noches mientras preparaba oposiciones. Su agazapada
promesa de volver a convertirme en el dueño de mi propia vida, de
proporcionarme episodios tal vez breves pero únicos de bienestar, fue la que me
condujo en volandas hasta la plaza de oficial de registro en un ayuntamiento de
la provincia.
Ahora sé que me dejé llevar durante los años de bonanza, sin
advertir el peligro en que podría poner a mi esposa y mis hijos.
La crisis y la quiebra de las arcas municipales acabarían por abrirme los ojos. Los últimos años acudo a mi puesto y secundo las movilizaciones de mis compañeros por inercia, con la voluntad perdida en las ávidas garras de un brutal síndrome de abstinencia.
La crisis y la quiebra de las arcas municipales acabarían por abrirme los ojos. Los últimos años acudo a mi puesto y secundo las movilizaciones de mis compañeros por inercia, con la voluntad perdida en las ávidas garras de un brutal síndrome de abstinencia.
Lo confieso: me llamo Manolo y soy adicto al sueldo.
(Publicado en El Independiente de Cádiz el 1 de mayo de 2013)
(Publicado en El Independiente de Cádiz el 1 de mayo de 2013)
estamos complicados, somos muchos adictos a lo mismo...
ResponderEliminarsaludos y buen fin de semana!