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martes, 8 de mayo de 2012

Qué poca Grecia...

Cuando el excelso filósofo griego Osculospómulos cumplió 90 años, anunció que sentía llegado el momento de abandonar su puesto de Cuentacuentos oficial de la isla de Pasmos. Los pasmeños, pasmados, le rogaron que reconsiderase su decisión. Pero Osculospómulos, que había sido el Cuentacuentos de la isla durante las últimas siete décadas, hizo público un escrito en el que confesaba que apenas le quedaba un hilo de voz, lo que hacía imposible que siguiera ejerciendo su labor.

La cámara de representantes de la isla se puso manos a la obra para solucionar la papeleta, porque en aquella lejanísima época, el mejor entretenimiento para la ciudadanía pasmeña consistía en acudir cada primera noche de luna llena al ágora capitalina para escuchar las narraciones del Cuentacuentos.

Los representantes o prosopomarmos (de prosopon: 'cara' y mármaron: 'mármol'), recurrieron al Compendio de Leyes y allí encontraron la norma dispuesta por sus antecesores para designar al Cuentacuentos oficial. La ley estipulaba los requisitos que habrían de cumplir los candidatos al puesto y el procedimiento que debían seguir los representantes para la elección. A este respecto, la norma era muy clara: el Cuentacuentos tenía que ser escogido con los votos de al menos dos tercios de los prosopomarmos.

Durante cinco meses, los representantes propusieron candidatos, debatieron, deliberaron y votaron; pero no alcanzaron el consenso necesario. Durante cinco meses, los ciudadanos de Pasmos acudieron cada primera noche de luna llena al ágora de la capital de la isla con la ilusión de escuchar al nuevo Cuentacuentos. Y durante cinco meses, regresaron a sus hogares cariacontecidos y frustrados.

Osculospómulos, en vista de la situación, decidió tomar cartas en el asunto y envió un escrito a la cámara de representantes. En él urgía a los prosopomarmos a cumplir cuanto antes lo establecido por la ley.

El mismo día en que se cumplían seis meses desde la retirada de Osculospómulos, los prosopomarmos convocaron una asamblea pública en el ágora capitalina.  Ante un enorme gentío, anunciaron la solución que habían encontrado: dado que no habían logrado ponerse de acuerdo para escoger un Cuentacuentos tal y como mandaba la ley, habían decidido... cambiar la ley. A partir de ese momento, para elegir al Cuentacuentos sólo se precisaría la mayoría absoluta de la cámara.

Un creciente murmullo se extendió entre la multitud. Los oradores de turno alzaban la voz cuanto podían pero no lograban hacerse oír. El ágora parecía hervir de indignación.

Una endeble figura se abrió paso a duras penas entre el gentío. Cuando alcanzó el estrado y los ciudadanos presentes descubrieron que era el filósofo Osculospómulos, el silencio se apoderó del ágora. El débil anciano abrió los brazos, respiró con la poca fuerza que tenía y con un hálito de voz surgida de la profundidad de sus entrañas exclamó:
-¡Prosopomarmos! ¡La ley os obliga a poneros de acuerdo para elegir un Cuentacuentos pero vosotros no habéis sido capaces! ¡Lo que falla no es la ley, majaderos; falláis vosotros!

Majaderos, falláis vosotros. Las palabras de Oscolospómulos podrían resonar hoy en día en nuestro congreso de diputados. No fallaba la ley para elegir al presidente de la Corporación RTVE, majaderos...

Pero retornemos a Grecia, la cuna de la Democracia. Allí acaban de celebrarse elecciones. El pueblo ha vuelto a hablar. Como se empeñan en recordarnos nuestros modernos prosopomarmos, los ciudadanos tenemos nuestra forma de expresión cada cuatro años en las urnas. Es lo único que nos dejan.

Pero resulta que, horas después del escrutinio, ya se está hablando en Grecia de que habrá que repetir los comicios, porque con lo que ha elegido el pueblo griego, los partidos políticos no son capaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno. ¿Quién falla, el pueblo que ha elegido lo que ha querido o los representantes escogidos que se declaran incapaces de cumplir el mandato del pueblo?

Majaderos, falláis vosotros.

Si realmente se termina por repetir las elecciones, no debería poder presentarse ni uno solo de los candidatos que tan estrepitosamente han fracasado en la labor que les encomiendan los ciudadanos. Pero eso no sucederá; se presentarán los mismos porque, por lo visto, es el pueblo el que ha elegido mal.






jueves, 8 de marzo de 2012

P, R, E; tres letras mágicas

Dos meses antes de que concluyera el periodo de veda para la caza de ciervos, cierto individuo procedía a cargar en el remolque de su vehículo los cadáveres de los dos venados que acababa de abatir a tiros esa mañana. En esas estaba cuando fue sorprendido por un agente del Seprona que le espetó:
-¡Eh, oiga! ¿Adónde va con esos cuernos?
-Tche, tche, tche; cuidadito con lo que dice, agente, que lo de mi señora con el butanero es una amistad profunda.
-No, si lo digo por las cornamentas de esos animales que, si no me equivoco, ha pasaportado usted hace pocos minutos.
-No crea, ya hace más de una hora; es que me ha llevado lo suyo traerlos hasta aquí.
-Pues no vea la multa que le va a caer, caballero, porque no está bonito esto de cazar antes de que empiece la temporada de ciervos.
-¡Pare el carro, pimpollo, que se está usted columpiando! No hay multa que valga porque a estos ejemplares yo no los he cazado; los he precazado porque estamos en la pretemporada de ciervos.
-Ah, siendo así, le ruego me disculpe. Ya puede irse a donde quiera con sus cuernos.
-Y usted con los suyos, agente.

Viene a cuento esta fabulilla porque esta misma noche, según cuentan los medios de comunicación, arranca la campaña electoral en Andalucía y Asturias. Y claro, cuando uno escucha eso, inmediatamente se pregunta: si esta noche arranca la campaña, ¿qué es lo que los principales partidos llevan haciendo desde el día siguiente a las elecciones generales? Sí, porque desde ese mismo día se han sucedido los "actos políticos" de PP y PSOE jornada tras jornada, sin respetar siquiera las fiestas de guardar.

Según la Ley Electoral, sólo se puede hacer campaña en los quince días anteriores a la jornada de reflexión previa a la jornada de los comicios. Así que lo que llevan haciendo los partidos desde hace más de tres meses se salta a la torera la ley. Pero no pasa nada porque para eso tenemos las tres letras mágicas. Las ponemos delante y, ¡hale hop! ¡La precampaña!

La precampaña que se diferencia de la campaña, según sostienen los propios partidos, en que no se pide el voto. Ahora bien: cuando un aspirante a presidente proclama en un acto político lo que hará si llega a ser presidente, no hace otra cosa que pedir el voto, pues si no hay votos no hay presidencia. Y lo mismo vale para un presidente que aspira a reeditar mandato. Pero por lo visto, mientras nadie diga en voz alta 'votadme', 'pido el voto' o algo así, no se considera campaña. Puede que el prefijo pre en este caso quiera decir presunta y ya sabemos que esa palabra es el comodín que exime de cualquier responsabilidad: que queremos insultar a alguien, empezamos por pronunciar la palabra presunto y ya tenemos barra libre para ponerle a caer de un burro.

Todo esto puede parecer un asunto sin importancia. Ya estamos tan acostumbrados a la campaña perpetua que no merece la pena prestarle atención. Pero ocurre que en esos actos políticos que sortean con todo el descaro la ley electoral (lo que los convierte, si no en ilegales, cuando menos en alegales), a los líderes de los partidos se les llena la boca pidiendo a los ciudadanos que seamos austeros y hagamos sacrificios por el país, la comunidad autónoma, la provincia o el distrito electoral. Y lo hacen en actos que cuestan auténticos dinerales, porque ya llegan a ofrecer la transmisión vía satélite de todo el acontecimiento a los medios de comunicación que se muestren interesados. Y el alquiler de una vía de satélite cuesta aproximadamente un huevo por minuto.

Si ya una campaña electoral nos cuesta a todos una pasta gansa, es verdaderamente vergonzoso que los partidos se gasten el dinero a espuertas en actos que están fuera de la ley. Día sí, día también. Mantienen el país en un estado de campaña permanente. Nos hemos dotado de una clase política empeñada en hacer propaganda electoral sin descanso. Aunque visto cómo desempeñan sus funciones cuando acceden a cargos de poder, igual resulta que no sirven para otra cosa.