jueves, 30 de mayo de 2013

De aves y naves


Como dirían en Telecinco: podría haber sido la mayor catástrofe aérea en la historia de la provincia de Cádiz pero, por fortuna, no pasó nada.

Por lo visto, hace cosa de un mes, un avión Galaxy (que viene a ser en la especie aviónica el equivalente del gran danés en la perruna) de la Base americana sufrió graves daños en una turbina tras chocar en pleno vuelo con una bandada de pájaros. 

Con humo y llamas saliendo por uno de los motores, al piloto le dieron los siete males cuando vio que el aparato se había puesto mirando pa Rota. Menos mal que el muchacho tuvo la pericia necesaria para controlar el enorme avión y hacerlo aterrizar en la pista de la Base, que si no, la bella ciudad podía haber quedado como su propio nombre.

Dicen que los impactos de aves contra aviones que despegan o aterrizan en la Base de Rota van en aumento desde hace tres años. Y se rumorea que esto no es casual; que no es que a las palomas, gaviotas y golondrinas les haya dado por establecerse en los alrededores de la Base Naval para practicar el acoso y derribo con las aeronaves, sino que algunos mandos de la Base no han tenido mejor ocurrencia que presionar al halconero para que sus rapaces pupilos alados no les metan mucha caña a los pajarillos que pueblan los parajes cercanos. 

¿Y por qué? Porque dichos mandos están interesados en que la fauna aviar de la zona sea abundante para organizar batidas de caza. Que digo yo que, si es por eso, bien podía esa gente dejar en paz al halconero y usar las pantallas que tienen en sus centros de mando para conectar la consola y jugar al Extreme Hunter.

Pero para que nadie me diga que criticar es muy fácil,
ahí va una sugerencia constructiva: tráiganse a la Base de Rota por una temporadita los halcones espantapajarillos del aeropuerto de Castellón, que esos sí que son eficaces. ¡Si serán fieros esos halcones que por aquel aeropuerto no se acercan ni los aviones!


(Publicado en El Independiente de Cádiz el 29 de mayo de 2013)

jueves, 23 de mayo de 2013

No le cabe ná



Voy al trastero a coger unos espiches y pun: tiro un bote de barniz en lo alto de la lámpara mágica del tipo de “Los Aladinos a qué nos convías”. Me pongo a frotarla y zas: sale por el pitorro un genio con barba y turbante. No veas qué susto.

-¿Me vas a pedir un deseo? Que no tengo todo el día. 
-¿Uno? ¿No eran tres? 
–¿Tú no has oído hablar de la crisis y los recortes? 
–Bueno, vale, po… ¡una moto! 
Ya salió el materialismo. Mira, quillo, esto no va así. Los genios no concedemos deseos egoístas porque somos personajes buenos y no fomentamos actitudes malas  
–Joé. Ah, ya sé: quiero una morterá indecente de dinero para comprarme una moto en una tienda de Cádiz y que me sobre otro tanto para gastarlo en los comercios gaditanos, que están muy necesitados. Eso es ayudar al prójimo, ¿no? 
Bien traído, picha, pero no cuela. Deja a un lado tu propio interés y piensa en el de tus convecinos, que por ese camino no vas mal.  
–Ofú, no lo pones tú complicao, barba. Venga, me pongo rumboso: quiero que le toquen cien mil euros a cada habitante de Cádiz y yo me conformo con verlos a todos felices y que me vayan conviando. ¿Eso te vale? 
Cien mil euros dice la criatura… Escucha, alma de cántaro. ¿Tú te acuerdas de dónde compraste la lámpara? 
–En El Millonario. 
Pues eso. Vete bajando el listón. Y no pidas dinero, que con el jaleo de los tipos de interés lo tenemos prohibido. 
–Aro home, si ya digo yo que esto es más difícil que pedir un crédito. Me veo llamando a mi cuñao para que venga a avalarme un deseo.
Lo que sea pero aligera, que voy con bulla. 
–Hum… ya lo tengo: quiero que Cádiz sea un paraíso circulatorio, con carril bici por todos los barrios, aparcamientos de sobra para gaditanos y visitantes y un tranvía que circunvale todo el casco histórico. A esto seguro que no le pones pegas.
-¿Sabes lo que te digo? Que yo te apaño una motito; pero desengáñate, cabesa: a Cádiz no le cabe ná.


(Publicado en El Independiente de Cádiz el 22 de mayo de 2013)







jueves, 16 de mayo de 2013

La Furia del Libro



Con cincuenta frías e impersonales cartas de rechazo clavadas en cada costado, tres docenas de fiascos en concursos literarios sobre los hombros y varias cicatrices más o menos profundas a lo largo de su espalda de estafas disfrazadas como editoriales de autopublicación, Fali Brito, escritor vocacional, se dirigía con paso firme hacia el Baluarte de la Candelaria acarreando una enorme bolsa llena con los ejemplares que le quedaban (casi todos) de “Sombras de penumbra”, su novela autoeditada.

Lejos de su mente los comentarios elogiosos sobre su obra hechos en grupos de escritores noveles de facebook por compañeros con los que había compartido su texto. Y las reseñas, tan lisonjeras como huecas, pero nunca negativas, de los blogueros a los que había regalado su novela.

En su furibundo caminar sólo le guiaba la ira por el descubrimiento que acababa de hacer. Tras comprobar que, un día más, las ventas en una plataforma de internet de su libro en formato digital seguían a cero (pese al ridículo precio de dos euros que él mismo le había asignado), topó por casualidad con una web en la que se ofrecía la descarga gratuita de “Sombras de penumbra”.

Cegado por la rabia, irrumpió en la concurrida sala de actos del Baluarte, donde tenía lugar una presentación literaria en plena Feria del Libro. Dejó caer la bolsa, la abrió y ante el asombro de los allí presentes, comenzó a arrojarles los ejemplares de su obra con todas sus fuerzas.

“¡Esto es lo que queréis! –gritaba enfurecido- ¡Libros gratis! ¡Y que los artistas vivamos del aire! ¡Pues tomad, gentuza, tomad!”




El resultado: diecisiete heridos leves, una noche en el calabozo de la comisaría para Fali Brito y un puñado de referencias al episodio en cuplés y cuartetas de popurrís en el carnaval del año siguiente. En cuanto a los ejemplares arrojados de “Sombras de penumbra”, la gente se los llevó todos. No consta que nadie lo haya leído.



(Publicado en El Independiente de Cádiz el 15 de mayo de 2013)

viernes, 10 de mayo de 2013

Tuipical spanish



Las cámaras del No-Do tuvieron el privilegio de captar la llegada al aeropuerto de Jerez de la Frontera de los primeros viajeros del tiempo. A bordo del prototipo TUI (Time Ultrarapid Invention) habían partido de Londres a las 6 de la mañana del 3 de mayo de 2013 y, tras apenas dos horas y media de periplo, arribaron al aeródromo jerezano el 3 de mayo de 1979.

La máquina del tiempo atravesó una bóveda acuática formada por dos chorros lanzados desde sendos camiones de bomberos y a continuación abrió sus puertas. Los 165 pasajeros fueron agasajados con claveles carmesí que rivalizaban en belleza con las pizpiretas muchachas, ataviadas con favorecedores trajes de faralaes, que se encargaban de entregar las flores.

Tras recibir la bienvenida de las autoridades locales, de la provincia, la región y el Estado, los turistas asistieron a un espectáculo de profunda raigambre: un cuadro flamenco que, al ritmo del cajón y con la fantasía de las guitarras, el quejido del cantaor y las raciales y plásticas evoluciones de las bailaoras al compás de las sevillanas, maravilló a los británicos que rompieron a aplaudir y hasta se atrevieron a lanzar algún ¡ole!

No podía faltar el delicioso vino de Jerez, seña de identidad del carácter andaluz en todo el mundo, que un experto venenciador, con singular destreza, se encargó de ir obsequiando a los recién llegados.

El acto concluyó con la degustación de una exquisita tarta, decorada con algunos de los muchos atractivos turísticos de la provincia de Cádiz convertidos en dulce y coronada por una maqueta comestible del prototipo TUI.

Como portavoz de los turistas, Peter O’Brian (no sabemos cuál de los dos) agradeció el recibimiento y manifestó la intención del grupo de pasar quince días en la playa
disfrutando del sol español, visitando bodegas y tablaos, acudiendo a alguna corrida de toros y sacando provecho de los ventajosos precios del momento.



 (Publicado en El Independiente de Cádiz el 8 de mayo de 2013)

lunes, 6 de mayo de 2013

Soy adicto



Puede sonar a la típica excusa pero lo cierto es que me enganché siendo un crío, cuando empecé a trabajar de camarero en un bar de copas del Paseo Marítimo.
 
A esa edad, uno no ve, o no quiere ver, el riesgo de lo que le resulta agradable. Y para mí, descubrir esa sensación hasta entonces desconocida de libertad, de poder, de ser capaz de conseguir casi cualquier cosa que me propusiera, resultó demasiado placentero como para pararme a pensar si escondía un lado amargo. Me tomé a risa los comentarios de mis compañeros: cuidado, Manolito, que a lo bueno enseguida se acostumbra uno.

Ni siquiera cuando, al terminarse mi contrato, ya convertido en un parado más, experimenté los primeros síntomas de una misteriosa desazón, me percaté de que comenzaba a ser víctima del mono. No quería creer que hubiese caído, prefería negármelo a mí mismo. 

Pero ahora comprendo que cuando me lancé a una búsqueda frenética de cualquier tipo de trabajo, lo que motivaba aquel empeño no era la necesidad de realizarme, sino el ansia que provocaba mi adicción. Y mi adicción fue la que me empujó silenciosa a estudiar para auxiliar administrativo. Ella fue la que me mantuvo despierto tantas noches mientras preparaba oposiciones. Su agazapada promesa de volver a convertirme en el dueño de mi propia vida, de proporcionarme episodios tal vez breves pero únicos de bienestar, fue la que me condujo en volandas hasta la plaza de oficial de registro en un ayuntamiento de la provincia.

Ahora sé que me dejé llevar durante los años de bonanza, sin advertir el peligro en que podría poner a mi esposa y mis hijos.
La crisis y la quiebra de las arcas municipales acabarían por abrirme los ojos. Los últimos años acudo a mi puesto y secundo las movilizaciones de mis compañeros por inercia, con la voluntad perdida en las ávidas garras de un brutal síndrome de abstinencia.

Lo confieso: me llamo Manolo y soy adicto al sueldo.






(Publicado en El Independiente de Cádiz el 1 de mayo de 2013)